Sebastián Arenas Alvarez-Calderón
GÓTICO
Giotto es un artista bisagra. Se ubica cronológicamente dentro del gótico tardío, aunque su estilo naturalista ya está a medio camino del renacimiento. Nace cerca al 1,266 d.C. en la entonces República de Florencia y cuenta Vasari (1,550 d.C.) que es descubierto por Cimabue a muy temprana edad, pintando una oveja sobre una piedra. Según el crítico no solo supera a su maestro, sino también a “la torpe manera griega” de pintar. Vasari se refiere al estilo bizantino, uno que a lo largo de casi mil años había ido perdiendo el realismo característico de su pasado romano. Y es que antes del renacer clásico, hay una relativa vuelta al simbolismo idealizado, como si el arte debiera rebotar en la superficie y así impulsarse para llegar aún más alto. De toda la obra del artista florentino, la que creo mejor representa esta idea de cambio es el enorme crucifijo que le encargan los dominicos para su nueva iglesia.
Desde el punto de vista arquitectónico, el gótico es un estilo estilo intrínsecamente distinto a todo lo anterior; sus arcos ojivales, bóvedas de nervadura, esbeltas columnas, contrafuertes y arbotantes componen un nuevo vocabulario capaz de materializar el sueño luminoso del Abad Suger, que nada tiene que ver con la concepción oscura de nuestros días. Tiene su origen en Francia y si bien se expande por Europa, en Italia calará de una manera distinta. La enorme tradición romana de la península acogerá la ojiva, pero sin desmedro del medio punto; no buscará ni la verticalidad, ni la horizontalidad, sino un perfecto equilibrio; y preferirá la pintura al fresco por sobre los vitrales. Dentro de esta regionalismo, tres frailes serán los encargados de diseñar la nueva iglesia de la orden mendicante de Santo Domingo de Guzmán en Florencia, la primera en su estilo gótico en Italia. Así, diez años antes de la llegada del crucifico, hubo una planta basilical en forma de “T” con un intercolumnio que se va angostando conforme uno va avanzando por la nave central. Y es justo ahí, en el mismo centro de la iglesia, donde se colgaría la cruz de Giotto.

Crucifijo de Santa Maria Novella (c. 1288-89)
Hasta antes de su intervención, se solía representar a Cristo en la cruz de manera triunfante, estilizada, trascendente. Esto podría haberse debido, en parte, a la relativamente reciente corriente teológica que consideraba despreciable y absolutamente negativa la materia (Catarismo); similar a otras herejías anteriores que resaltaban la divinidad de Jesús en desmedro de su condición humana (Docetismo, Arrianismo, Monofismo y Monotelismo). Por eso quizás, en un esfuerzo por contrarrestar la herejía y motivado por los dominicos, Giotto fue más allá y pintó un Cristo sufriendo, a Jesús entregando su espíritu (Mt 27, 50). La naturalidad del retrato parece venir de un modelo; sus brazos y piernas sienten el peso de su cuerpo. Dice Juan (19, 33-34) que “cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.” Aquí no hay ninguna estilización, solo el dramatismo de una escena en movimiento de donde chorrea sangre segundos después de haber dejado caer su cabeza. La aureola dorada sobre ella nos da luces de su santidad, nos adelanta que pronto resucitará, pero por ahora está verdaderamente muerto, el tono pálido de su cuerpo lo delata. Abajo dos hilos de sangre caen sobre el “Gólgota, que significa: ‘lugar del Cráneo’” (Mc 15, 22).
Este Cristo que sufre de la tradición franciscana que pone en primer plano su pasión nos duele. De eso se trata, que recordemos que efectivamente hubo un enorme sacrificio de su parte; que incluso habría preferido no padecer. Y es el artista el que hace posible esa sensación, el primero en muchos años capaz de emocionarnos a través de la empatía que genera un realismo sincero.
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https://www.smn.it/it/opere/il-crocifisso-di-giotto/