Sebastián Arenas Alvarez-Calderón
HELENÍSTICO
Actualizado: 22 ene
El helénico es un periodo de tiempo que inicia con la muerte de Alejandro Magno en el 323 a.C. Luego de haber heredado los títulos de Rey de Macedonia y Hegemón de Grecia de su padre, liberó a los egipcios, conquistó Persia y dejó un enorme territorio sin consolidar y una serie de dinastías helenas que se encargaron de difundir la cultura griega alrededor de todo el Mediterráneo. La democracia y el equilibrio clásicos dieron paso a la supremacía de uno y al dramatismo. Al cabo de un tiempo la Magna Grecia -antigua colonia griega en Italia- sería gobernada por los romanos, tan apasionados por la cultura griega que convertirían posteriormente su Imperio en el centro del helenismo.
Pero para terminar de contextualizar esta escultura tenemos que mirar más atrás aún. La guerra de Troya fue un evento que probablemente sucedió en el s. XIII a.C. El poeta griego Homero escribió sobre el tema quinientos años después y su colega romano Virgilio lo hizo ocho siglos más tarde. La Iliada está contada desde la perspectiva griega, pero los romanos se decían descendientes de Eneas, un guerrero troyano que llegó a escapar a la península itálica y gobernar sobre los latinos. Por eso la Eneida nos cuenta brevemente la desgracia de Laocoonte, un sacerdote troyano del dios Neptuno (Poseidón) que sospecha del caballo de madera donde se escondían los griegos y oponiéndose a su ingreso a la ciudad les arroja su lanza. Pero este astuto personaje no contaba con la malicia de Atenea, que rápidamente envió serpientes a que atacaran a sus hijos en represalia.

Laocoonte y sus hijos (c. 150 a.C. - 70 d.C.)
“Aquéllas en ruta certera buscan a Laocoonte, y primero rodean con su abrazo los pequeños cuerpos de sus dos hijos y a mordiscos devoran su pobres miembros; se abalanzan después sobre aquel que acudía en su ayuda con las flechas y abrazan su cuerpo en monstruosos anillos, y ya en dos vueltas lo tienen agarrado rodeándole el cuello con sus cuerpos de escamas, y sacan por encima la cabezas y las altas cervices. Él trata a la vez con las manos de deshacer los nudos, con las cintas manchadas de sangre seca y negro veneno, a la vez lanza al cielo sus gritos horrendos, como los mugidos cuando el toro escapa herido del ara sacudiendo de su cerviz el hacha que erró el golpe.” (Virgilio, 19 a.C.)
Esa es la desgarradora escena que nos presentan los artistas. Laocoonte al centro, sentado sobre un altar, con la túnica caída, retorciéndose de dolor. A su derecha yace muerto su hijo menor. A su izquierda su primogénito lo mira aterrorizado mientras intenta zafarse de una de las serpientes que le enrolla la pierna. La enorme musculatura del sacerdote no puede evitar que sea mordido en la cadera, su brazo derecho no alcanza a su enemigo y lo ondulado de su pelo nos hace seguir pensando en lo enredado de todo esto. Lejos estamos de la simetría y el naturalismo clásico, esto es una tragedia que nos conmueve hasta hoy y nos tiene incómodos al caer en la cuenta de que incluso eso puede ser bello.
Es probable que la obra se haya hecho en Roma, por encargo de romanos, pero por manos de los griegos Agesandro, Atenedoro y Polidoro de Rodas, una pequeña isla al sureste del mar Egeo. Plinio el viejo la describe en el Palacio del emperador Tito en el 77 d.C., pero como muchas otras obras de arte y arquitectura debe haber sido olvidada y enterrada naturalmente por el paso del tiempo. Lo cierto es que en pleno renacimiento reapareció en la colina del Esquilino y fue incorporada a los Museos Vaticanos por el Papa Julio II. Enviado por el pontífice, Miguel Ángel debe haber sido uno de los primeros en volver a verla, hecho que influyó significativamente en su propia obra.
Para mayor información visita la página oficial de los Museos Vaticanos 👇