Sebastián Arenas Alvarez-Calderón
NEOLÍTICO
Seguimos en la prehistoria, pero hemos avanzado al nuevo periodo de piedra. Quizás a simple vista no parezca un gran cambio, incluso algunos podrían pensar que es un retroceso, trataré de sustentar por qué no es así. Luego de cientos de miles de años de existencia, el ser humano ha inventado la agricultura, cosa que le permitirá asentarse en un lugar determinado en lugar de andar yendo obligado y errante de un lado a otro cada vez que agotaba sus recursos. Esto va a dar lugar a la civilización. Y se va a producir hasta en seis lugares distintos del planeta: en Egipto, Mesopotamia, la India, China, Mesoamérica y el antiguo Perú, llegando a poblarse hace aproximadamente 14 mil años.
Estas nuevas comunidades van a fundar proto-ciudades (Çatal Hüyük y Khirokhitia en la actual Turquía o Skara Brae en la actual Escocia), lugares utilitarios donde habitar permanentemente, pero también lugares mágicos a partir de construcciones megalíticas. Innovarán distintas formas de colocar y agrupar estas grandes piedras que impliquen cada vez un mayor nivel de complejidad como el dolmen de Poulnabrone en la actual Irlanda (4 200 a.C.) o los trilitos en crómlech de Stonehenge en la actual Inglaterra (2 950 - 1 500 a.C.), pero para mi basta la primera impresión del gran menhir de casi doce metros de altura de Carnac, en la actual Francia (4 500 a.C.).

Esta "piedra larga" habla de un esfuerzo común. Ya no solo del artista rupestre que de manera individual con su genialidad es capaz de evocar imágenes del mundo que lo rodea. No. Para poder hincar esta piedra de manera vertical hay que hundir una parte de ella en la tierra y esto es imposible de lograr sin la ayuda de otras personas que decidan hacer un alto a su rutina. Un colectivo que comparte un sistema de creencias y que es capaz de organizarse para colocar cuatro mil de estos en diez líneas bastante rectas por más de seis kilómetros de largo. Imaginen el tiempo que debió tomar, el esfuerzo físico pero también la convicción espiritual en la capacidad de estos elementos de conectarlos con el cielo, con aquello que iba más allá de su compresión.