Sebastián Arenas Alvarez-Calderón
PALEOCRISTIANO
Jesús nació probablemente entre los años 6 y 4 a.C. durante el imperio de Augusto y murió el 30 d.C. en tiempos de Tiberio; sin embargo, no fue hasta la década del 70 d.C. cuando Marcos escribió el primer evangelio (J. Pagola, 2008). De manera similar y por una serie de razones entre las cuales destaca la persecución, el arte y la arquitectura cristianos no dieron sus primeros frutos sino hasta el siglo tercero. En la actual Siria, en el límite de una ciudad romana llamada Doura-Europos se encuentra la que podría ser la primera iglesia cristiana de la historia; una simple casa adaptada para la celebración de la Eucaristía. Pero es en Roma donde se encuentran las primeras manifestaciones pictóricas de esta todavía joven religión. Más específicamente en uno de los cubículos -el de la Velada- de las catacumbas de Priscilla; lugar de enterramiento cristiano en lo que habría sido una antigua galería de puzolana.
La mayoría de los creyentes se “dormía” en los nichos, cubiertos con terracota pero sin ataúd, esperando despertar en la resurrección de los muertos. No obstante, la gente con mayor poder adquisitivo separaba cubículos relativamente grandes donde podía caber toda la familia. De los muchos frescos que los decoraban, mi favorito es el del Buen Pastor. Primero porque como cristiano la imagen de un Jesús que no pierde de vista ni al más pequeño de los que le encargaron me parece sumamente consoladora. Esta temática ya está presente en el antiguo testamento: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar” (Salmo 23). Pero es claro que la imagen se fija en el nuevo:
“Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, (…).” Lucas 15, 3-7
Es exactamente eso lo que hace el protagonista de la obra, un pastor joven flanqueado por dos cabras y dos palomas sobre dos arbustos, que acaba de rescatar a ese animal perdido y que ahora carga sobre sus hombros con un esbozo de sonrisa en el rostro.

El Buen Pastor (c. 230 d.C.)
Pero en segundo lugar esta obra de arte es particularmente importante porque contiene toda la complejidad que implica un cambio de era. Me explico. Hasta antes del 313 d.C. los cristianos eran culpados, perseguidos y asesinados principalmente por el imperio romano. Por ejemplo, durante la dinastía Severa se promulgan leyes en su contra que los declara una “superstición ilícita” y de las cuales ni el mismísimo Papa se salva; este es el caso de Urbano I que muere martirizado. Pero como ya dije todo cambia con Constantino, que consolida su victoria sobre Majencio y la atribuye a una cruz con la que soñó que le decía “con este signo vencerás.” Al año siguiente de hacerse con la parte occidental del imperio, convoca a su contraparte oriental y juntos publican el Edicto de Milán; ley que declaraba la libertad de culto y que tuvo como consecuencia el fin de las persecuciones y el inicio del arte y arquitectura cristiana pública como la antigua Basílica Paleocristiana de San Pedro; obra auspiciada por el emperador y construida sobre la tumba del apóstol y primera cabeza de la Iglesia en un cementerio sobre la colina Vaticana, al lado del antiguo circo de Nerón.
Esta obra en particular puede ser de hasta casi cien años antes de esos sucesos, pero aún así representa la continuidad-cambio de la romanidad al cristianismo. Esta, a diferencia de todo lo que hemos visto hasta ahora, ya no ha sido producida por una cultura, por un gobierno territorial, sino por una religión que traspasa fronteras con mucho mayor facilidad. ¿Pero por qué digo todo esto? Bueno, resulta que nuestro Buen Pastor se parece mucho al Teseo Liberador, una obra romana del 45-79 d.C. encontrada en una casa en Pompeya que representa al héroe griego luego de haber asesinado al temido minotauro (B. Harris & S. Zucker, 2014). Ambos están parados de la misma manera, en contrapposto, ambos apoyan el peso de su cuerpo sobre la misma pierna izquierda y extienden la misma mano derecha, miran hacia el mismo lugar y casi comparten el mismo físico y peinado. Pero hay una gran diferencia, los niños atenienses besan las manos y los pies de Teseo en señal de sumisión, mientras que Jesús en cambio carga en sus hombros al cabrito que él mismo ha ido a buscar. Se cree que Teseo puede ser el alterego literario de Augusto y ya hemos visto el parecido en la pose que adopta este en su escultura de Prima Porta y como esta a su vez copia esta posición del Doríforo del griego Plinio (S. Venditto, 2018).
Por lo tanto hay una linea que se puede trazar, una sucesión artístico-cultural que se puede hacer entre lo clásico y lo de los primeros cristianos. Y es lógico, por qué habrían de inventar algo nuevo cuando tranquilamente podían hacer uso de lo que ya tenían a la mano y adaptarlo (como luego harían con las basílicas). Así, esta imagen de herencia romana de un Jesús misericordioso que carga nuestro peso sobre sus espaldas se convertirá en una tipología artística que llegará nada menos que a la cruz que cuelga sobre el pecho del Sumo Pontífice*, el último funcionario de un imperio ya extinto (J. Vergara, 2022).
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*El Sumo Pontífice era el sacerdote principal del culto romano; título que el Papa León I adopta en el 451d.C. luego de que el cristianismo se haya convertido en la religión oficial del Imperio en el 380 d.C. por decreto de Teodosio.