Sebastián Arenas Alvarez-Calderón
PRERROMÁNICO
Luego de la caída del imperio romano de occidente Europa entró en la Edad Media, un periodo de tiempo de aproximadamente mil años que engloba todo lo que pasó desde entonces hasta el Renacimiento; es decir, lo bárbaro, lo celta, lo carolingio, lo visigodo, lo asturiano, lo mozárabe, lo románico y lo gótico. Muchas civilizaciones, muchas culturas y muchos tipos de arte; ciertamente no tan espectacular como el de su pasado clásico ni su futuro renacentista, pero no por eso despreciable en tanto que busca y alcanza la belleza de un modo distinto, como testigo de su propio tiempo. El epicentro de este movimiento va a virar de la bota a la Galia merovingia, a la península Ibérica ocupada primero por los visigodos y luego por los musulmanes, y finalmente a las islas británicas. Es en este último territorio donde San Columba funda la abadía de Iona, lugar donde se empieza a escribir el Libro de Kells.
Hagamos un breve paréntesis para explicar el por qué del nombre. Kells es una ciudad en el centro Este de Irlanda a donde debieron huir los monjes sobrevivientes de la ya mencionada abadía de Iona (Escocia) luego de haber sido atacados por los vikingos en el 795 d.C. El libro fue posteriormente trasladado al Trinity College de Dublín, donde se encuentra en la actualidad, pero es la primera ciudad irlandesa la que le da su nombre y donde probablemente se terminó de ilustrar dicho libro. Bien, sigamos.
El libro de Kells es un manuscrito ilustrado; osea, un libro medieval hecho, escrito y dibujado a mano en este caso por tres monjes. Estos eran verdaderas obras de arte de primer nivel, no una simple artesanía decorativa y requerían de varias semanas de trabajo en hacerse. Primero debían fabricar el pergamino de la piel de un becerro, removiendo su pelaje, lavándola con agua, estirándola hasta que seque, raspándola con piedra pómez para suavizarla, espolvoreándola con un pegamento y finalmente cortándola a la medida requerida. Luego era el turno de los escribas que en un escritorio inclinado hacían uso de plumas de aves y tinta de nuez o carbón para reproducir la buena noticia en un tipo de caligrafía llamado semiuncial, lo que significa que todo el texto iría en mayúsculas; ellos incluso podían corregir sus errores raspando en la resistente superficie. Este libro en particular es un Nuevo Testamento, una copia de los evangelios según San Marcos, Mateo, Lucas y Juan escritos en latín sobre trescientas cuarenta páginas. Pero no todas las páginas son texto, abriendo los capítulos a manera de introducción se encontraban las ilustraciones, dibujos posteriores a la escritura que podían aplicar láminas de oro pegadas con yeso y distintos tonos de color; eso sí, primero iban los tonos claros y luego los oscuros. Una vez que todo estuviera terminado, recién se encuadernaba el libro con pequeños grupos de hojas cocidas y duras tapas de madera.

La Virgen y el Niño de Kells (c. 800 d.C.)
Una de esas imágenes es el retrato de la Virgen y el Niño. María está pintada como una emperatriz; sentada en un trono, vestida de púrpura y acompañada de cuatro arcángeles, uno en cada esquina. En su especie de paludamentum lleva un broche y varios conjuntos de tres puntos blancos, que podrían simbolizar la finura de la tela, la Santísima Trinidad o incluso leche materna. Es cierto que está totalmente vestida, no habría sido apropiado representarla de otra manera en esta época, pero también es cierto que trazos bidimensionales delinean sus senos. Jesús está sentado sobre su regazo, apoya su mano derecha sobre la de su madre y la mira fijamente. Como vimos anteriormente con el Buen Pastor, esta escena tampoco es de invención cristiana, mas bien proviene del arte egipcio, más específicamente de la diosa Isis y su hijo Horus (H. Rosenau, 1943). En diversas esculturas se representa a esta madre del faraón sentada en un trono con el hijo en las faldas, un hijo ya no tan recién nacido. Según la misma Rosenau era común en el antiguo Egipto amamantar a los hijos hasta los tres años, como podemos ver en las esculturas de Isis y Horus y también en esta ilustración prerrománica de la Virgen y el Niño. Ambas son consideradas reinas dadoras de vida.
Finalmente solo queda abordar lo obvio, es innegable un retroceso estilístico; no hay profundidad ni proporción, los tobillos de Jesús son literalmente círculos y el torso de María está plano y de frente a pesar de estar sentada de costado, como indica la posición de la silla. No podemos exigir expresividad y naturalismo a una sociedad convulsa que sufre por reinventarse. Su finalidad no es principalmente estética, sino religiosa: evocar en todos los hombres el “temor” de Dios.
“El don del temor de Dios, del cual hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios: sabemos bien que Dios es Padre, y que nos ama y quiere nuestra salvación, y siempre perdona, siempre; por lo cual no hay motivo para tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, con respeto y confianza en sus manos. Esto es el temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere mucho.”
Papa Francisco (2014)
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https://www.tcd.ie/visitors/book-of-kells/